domingo, 25 de noviembre de 2018

La liebre y el águila.

En el claro descampado,
junto a los árboles ya caídos,
miles de liebres corren sin sentido.

El miedo se apodera de sus carreras.
El nerviosismo dirige sus pasos.

Ellas tratan de superar el camino
silenciosas, camufladas,
sin dejar huellas,
sin hacerse oír.

El temor es hacia ÉL.

El águila acecha sigiloso,
desde una perspectiva
en la que a ellas les cuesta verle.

Espera el momento perfecto,
busca la desesperación,
el mínimo signo de alzar la cabeza,
para enganchar a su próxima presa.

Su sombra comunica su llegada,
como quien abre la puerta de su casa.

Los corazones de las hembras
laten desenfrenados,
el pánico invade sus venas,
así es siempre que la sombra del águila
se refleja,
pues saben lo que les espera.

Un arañazo que magulla la mitad de su cuerpo.
Un golpe contra el suelo para callar los chillidos.

De una madre que luchando grita,
por dejar a sus crías escondidas,

mientras siente como vuela hacia nada,

mientras siente como su vida se acaba.

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